Fue largo y complicado el proceso de acostumbrarse a las tinieblas, pero, poco a poco, fue viendo las siluetas, las formas, incluso las esquinas; le gustó descubrir que le gustaba distinguir también por el sonido las distintas figuras y acciones que por allí se movían; nada era blanco, nada era verde, ni azul, ni rojo, ni siquiera amarillo: era redondo, con salientes puntiagudos o curvos; con el rozamiento con el suelo podían producir un ruido ensordecedor, o simplemente deslizarse, dejando un ligero murmullo en el aire como si de un riachuelo se tratase.
Su primera "vuelta" a la luz fue escalofriante... pero hermosa.
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