Cada mañana, una sonrisa nueva (y a la vez diferente); cada mediodía, un reto nuevo; cada atardecer, unas horas que parecían desperdiciadas; cada anochecer había músculos agarrotados que acompañaban a unas lágrimas cansadas del vaivén. Era doloroso y regenerativo, pues volvía a sonreír cada mañana, sin llegar a perder la esperanza. Así era, así seguirá siendo hasta que alguien le recuerde que no puede volar eternamente.
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