Ahora me desperezo ya un poco, y escribo para mí. Ya no para ti, aunque le sigo escribiendo a un alguien que cambia de identidad con el tiempo. Ese alguien no es como Dios, que siempre tiene la forma del ser que lo crea (como por ejemplo, un caballo), sino que adopta figuras y voces con tonos distintos, con una variedad de estilos que incluso a mí me fascina.
Y ahora sí, hasta mañana, o pasado, o después. Prometo volver.
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