miércoles, 13 de julio de 2011
Verde que te quiero verde
Por fin se le curaron todas las cicatrices: las dos de la rodilla derecha, la del muslo izquierdo, la del costado, que apenas le había rasgado; la del hombro, y la que más tardó en curar, no sólo físicamente, la del lóbulo de la oreja derecha. Porque la cicatriz interna que le había quedado en el corazón no existía. Si existió, fue tan breve que ni la notó. Ya no sentía nada. Nada en lo referido a lo sentimental, a lo moral. Sólo cabía en su mente una única y temible idea. Su sangre era ahora color verde oliva. Verde venganza.
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