sábado, 13 de octubre de 2012

Pon voz

Como cada domingo, escribe. Y no, sé que hoy no es domingo, pero no estoy necesariamente hablando de mí. Hablo del hábito. Tampoco hablo del escribir por escribir, ni el hábito por el hábito, como tampoco hablaré del arte por el arte (no en un tiempo, al menos).
Hablo de que, de vez en cuando, sale, de forma constante, una musa que te llena siempre a cierta hora del día, con cierta luz, sea natural o no. Dicen que todo escritor tiene una musa. Ahora, sí hablando de mí, digo que yo tengo alguna. La principal sale los domingos a la noche, como conclusión de Salvados. Es la sociedad: corruptible, corrompida. Es ese grado de indignación necesaria que todos tenemos y necesitamos. Ese grado mínimo. Algunos están más indignados que otros, aunque los menos también pueden manifestar su enfado de algún otro modo. Escribo por ella y para ella. Para que sea feliz.
La otra musa es el lenguaje en sí. Porque tengo que hacer algo por él. He llegado a decir que para mí el vocabulario es como los acordes para un(a) guitarrista: tengo que conocerlo(s) y saber utilizarlo(s). Porque cuando no me acuerde de él, él no me devolverá el favor de haberme acordado de él durante tanto tiempo. Aún así, sigue siendo una relación justa (y necesaria).
Y en esos momentos que pienso en las musas, salen estas dos canciones de manera automática; porque sí, porque me motivan, me hacen pensar que el mundo puede ser mejor, que incluso puede estar bien. Por eso últimamente lo estoy condenando a un apocalipsis anti-religioso, porque merecemos empezar de nuevo de cero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario