sábado, 1 de octubre de 2011

Restos de un naufragio

He vuelto a pecar, seas quien seas, y si me escuchas, o, más bien, te dignas en leerme. Hoy he vuelto a comer pie. He cogido el plato, lleno de pechugas de pollo y patatas, y lo he vuelto a dejar en el mismo sitio. Había sitio de sobra en la mesa, pero la cantidad de sillas vacías me enervaba. Me propuse cambiar mientras me llevaba el quinto o sexto bocado al hueco entre mis labios gruesos de negrita. Todos mis movimientos eran lentos, extrañamente lentos, como si me hubieran reducido la velocidad. Masticaba muy despacio, subía y bajaba el tenedor como si hubieran disparado al héroe de la película y estuviera cayendo y supiera que estaba a punto de morir. El único gesto que hacía a una velocidad era el de cortar, y es que la soledad, de cuando en vez, me pone agresivo e ir más rápido de lo habitual. Y mi vida transcurse muy lentamente.

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