domingo, 28 de agosto de 2011

La marea de olas que te arrastran a un vicio del que difícilmente querrás escapar

Tenía el corazón agarrotado. Se oprimía solo, y se volvía a relajar y expandir. Opresión. Relajación. Podía ser un simple latido, pero no lo era porque le dolía. Estaba como si una pesadilla le acabara de despertar, como si hiciera un esfuerzo físico excesivo y el corazón estaba tenso. Era una lucha intensa por aparentar estar tranquilo, sabiendo que por dentro estaba temblando.
Porque cuando la volvía a mirar, se le mareaba hasta tal punto que no podía seguir mirando. Por suerte, a ella parecía pasarle lo mismo. Se rieron. Fue una carcajada limpia y sincera. Sus bocas empezaron a buscarse, pero no se encontraban. Parecían moscas alrededor de un foco de luz. Porque cada boca era el foco de luz de la otra, eran soles, como estrellas. Una vez estuvieron a unos pocos milímetros, volvieron a sonreír, y se sumergieron en ese mar que hasta hacía unos segundos era de dudas, y ahora era de felicidad, orgullo y, sobre todo, futuro.
Sus manos se rozaron unos segundos, hasta que se encontraron. Se cogieron, y se volvieron a soltar. Su mano derecha subió poco a poco desde las muñecas hasta el codo del brazo izquierdo de ella, rozando cada milímetro de su piel como si fuera el último, mientras su mano izquierda ya se dirigía hasta la cintura de ella que, con el simple contacto, ya parecía derretirse. La atrajo hacia él, y la besó más fuerte, bebiendo de ella, bebiendo del tiempo, porque cada segundo que pasaba se perdía hasta la eternidad, y no querían perderse más tiempo solos, y ¿por qué siendo tan eterno ese momento se iban a querer morir?

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