sábado, 27 de agosto de 2011

Mi Memoria de Mis Casas Tristes

Los caballos relinchaban, las campanas sonaban, y la gente lo que tenía claro era que no podían seguir en aquella ciudad. Hacía tiempo que no tenía sentido continuar allí ni un minuto más. Podrían tener recuerdos, vidas pasadas, pero la situación no se podía soportar.
Los niños gritaban, las madres lloraban desconsoladas. Los padres yacían muertos en su gran mayoría. Los que seguían vivos era porque habían sido cobardes por no luchar, puesto que habían decidido esperar a una señal divina. "Defender al pueblo mediante la palabra de Dios." "Dios no nos va a responder, si es que hay tal cosa", respondió a modo de reproche la esposa y madre de tres de los hombres más valerosos que la región había visto en siglos y ahora, como el resto, descansaban. No en paz, porque siempre que se descansa, se deja de hacer otra cosa más importante, por lo que no lo hacían en paz. Pero al menos descansaban.

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