lunes, 22 de agosto de 2011

Un gato en un ventilador

Todos tenemos días buenos y días malos. Mucha gente suele tener uno u otro. Fechas importantes como una boda, un cumpleaños, un nacimiento, año nuevo; suelen ayudar a una cosa u otra, porque la gente se anima o se desanima (en su defecto).
Yo todavía no conozco persona más tonta, en el sentido cariñosa de la palabra, que X. Es capaz de, en los días buenos, irse a cama antes y marearse de tantas vueltas; en los días raros, quizás baile como un gato en un ventilador; pero tampoco verás que muestre que tenga días malos. Porque más que días malos, son épocas. Realmente, "malo" no es la palabra. Pero sí recorre por su cabeza cierta impotencia, cierto hastío. Por mucho que lo intente entender, no lo consigo. Alguna vez me atreví a pensar que es la impotencia de no controlar el tiempo, de ver que te haces mayor y no cumples la mitad de las cosas que te prometiste y que, en vez de acercarte a esa meta, a ese alguien que quieres ser, te alejas.
El futuro y la niebla que le rodea, el pasado y la piedra que lo sujeta... quizás lo que necesitamos es un marcapáginas (ese bien tan escaso de un objeto apenas utilizado y que mucha gente no conocerá, que es el libro) para recordarnos de que ya pasamos algunas páginas, por muy pesadas que fueran algunas, y que aún nos queda tiempo de sobra para llegar al "Fin". La historia la haces cada día, cada vez que te levantas, cada vez que te acuestas; cada vez que sonríes, cada vez que dejas de hacerlo; cada vez que comes, cada vez que ca (Ejemejem... Cof, cof!)...
Se nos va la vida en todo lo que hacemos, pero también en las cosas que no hacemos, tanto queramos como si no, tanto las pensemos como si no. Quizás algún día los ángeles caigan del cielo y merezcan morir, pero yo no voy a preocuparme del fin del mundo, porque yo intento todo lo que está en mi mano por que todo esté bien y no haya nada por lo que nadie tenga que arrepentirse.

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